Hoy hace exactamente 100 años que Filippo Tomasso Marinetti publicó en la portada del diario parisino Le Figaro el texto fundacional y el primer Manifiesto del Futurismo, dando así el pistoletazo de salida al Futurismo italiano y, por extensión, a las Vanguardias históricas del siglo xx; un movimiento aquel cargado de contradicciones, polémico, tendencioso, rupturista y ontológicamente moderno.
No soy muy amigo de celebraciones y onomásticas de este tipo, pero el hecho me ha servido para releer aquello que escribí hace ya cinco años sobre el Futurismo (Tipografismo; pp. 110-117), revisarlo y recontextualizarlo en el momento actual.
Revisión
En el plano artístico y plástico, la mayor aportación de Marinetti fue su teoría sobre las Parole in libertà (1919) y su obsesión por destruir la sintaxis para crear una poseía totalmente nueva en la que las expresiones visuales cumpliesen la función de la gramática clásica. No era ya momento de seguir con las mismas reglas de un academicismo novecentista estático en la época de las máquinas y la velocidad. Pero –primera paradoja– esta forma de ruptura revelaba una estructura perfectamente reconocible, con lo que no se destruía la sintaxis, sino que se creó otra nueva.
Es un hecho histórico de sobra conocido la vinculación final del Futurismo con los ideales fascistas, pero hemos de recordar que el movimiento liderado por Marinetti carecía de una base social y teórica, lo cual suponía una cómoda salida intelectual a todos aquellos que prefiriesen el espectáculo mediático al auténtico compromiso social. El error vino por tanto de confundir la revolución con la violencia, el progreso vinculado al desarrollo tecnológico con la adoración a las máquinas de guerra (consideraban «la guerra como higiene del mundo»), la internacionalización moderna con el imperialismo nacionalista.
No supieron entender, en su afán de lanzarse a la emergente modernidad, el papel del Hombre en el desarrollo del arte, descartando su participación en un mundo mecanizado que –nueva paradoja– ha sido creado por él mismo para su propio beneficio. Sin embargo –otra más–, reclamaban esa energía como surgida de la animalidad del Hombre («nuestro magnetismo animal»), de esa fuerza primigenia que le impulsa desde los albores hacia el futuro.
Recontextualización
Volviendo al presente, creo que es básico repasar ciertos puntos de las enseñanzas futuristas; a saber:
- Toda manifestación del Hombre es de carácter político por el mero hecho de que es el contexto social, cultural y económico el que le impulsa a reaccionar de determinadas maneras dependiendo de las circunstancias que dicten dichas manifestaciones. De esta forma, debemos entender que todo acto ha tener una dimensión moral, básicamente porque no estamos solos en este mundo; porque todos nuestros actos, en mayor o menor medida, tienen una repercusión social y, por lo tanto, somos responsables de ellos. La causa última ha de ser siempre la de la Humanidad.
- La adoración a la tecnología, vacía de contenido y reflexión, acaba convirtiéndose en mero espectáculo que suele devenir en diversas formas de manipulación de masas. Si los desarrollos tecnológicos no sirven para mejorar nuestra calidad de vida a nivel global, más nos valía habernos quedado en las cavernas. Huir de la ignorancia es el único camino recto hacia el progreso.
- La novedad absoluta no es posible tal y como se planteaba en las bases de la Modenidad, ya que resulta descabellado –o, cuando menos, estúpido– obviar las lecciones de la Historia y borrar de un plumazo nuestro pasado pretendiendo crear algo totalmente distinto, simplemente por romper con lo anterior. Luchemos por lo nuevo hasta desfallecer, sí, siempre y cuando sea mejor que lo anterior y no caigamos, cegados por el ansia de la novedad, en los errores pretéritos.
- Cuando pretendemos romper y destruir los sistemas antiguos, sin muchas veces ser conscientes, estamos creando otros nuevos que responden al mismo impulso que ha propiciado la ruptura. Sólo siendo conscientes de este hecho fundamental podremos sacar beneficio de la novedad, previo control de la misma y corrección de los fallos previos.
El panorama actual nos presenta así un contexto de desarrollo tecnológico basado en las redes sociales y el intercambio personal, facilitando de esta forma el avance hacia un mundo nuevo y mejor en el que las acciones de «muchos pocos» constituyan un beneficio global futuro del que todos y cada uno habremos de ser responsables. Ser moderno no significa exclusivamente romper de manera radical con el pasado y guardar en el cajón del olvido todo lo anterior, sino crear soluciones que miren hacia el futuro y el progreso colectivo.
Hay que tener cuidado con qué celebramos y por qué; pero aun así, frente a la prepotencia egocéntrica de Marinetti, reclamo la honestidad comercial de Fortunato Depero.
Por cierto, muy recomendable la visión crítica de la catedrática Estrella de Diego, hace un par de días en El País.