martes, 26 de agosto de 2008

Tipographie française


Durante mucho tiempo se ha discutido la idea de si existe una tipografía nacional o, al menos, un espíritu tipográfico nacional. El debate en torno a la conciencia e identidad tipográfica ha sido bandera para unos y motivo de discusión para casi todos, como no podría ser de otra forma.
Éste no es un debate arcaico ni pasado de moda, como muchos llegarán a imaginar; de hecho, el último Congreso de Tipografía celebrado en Valencia estaba bajo el marco de lo Glocal, lo cual dio pie a interesantes —aunque con excesiva frecuencia infructuosas— discusiones de distinto tono y color sobre la identidad tipográfica de carácter geopolítico. De ello hablaré en una próxima entrada.
El caso es que nadie puede negar a estas alturas que el hecho tipográfico es un signo ontológicamente cultural del mundo en el que vivimos. La tipografía es cultura y la cultura contemporánea cabalga a lomos de la tipografía desde hace siglos. Somos el Homo Typographicus de McLuhan.
Sin embargo, unos dirán que la Modernidad homogeneizó el panorama cultural para crear una sociedad uniformada y democrática —en la que la disidencia no era posible, puesto que todos somos iguales—, mientras que otros se aferran al hecho diferencial y las teorías eclecticistas de la Posmodernidad. Los primeros claman por una globalización humanística en la que la asepsia unificadora permita a cualquiera acceder a los mismos parámetros culturales. Los segundos son abanderados de los localismos a cualquier precio en los que «todo vale, pero lo mio es siempre lo mejor», con la excusa de que no hay diferencias entre la baja y la alta cultura que preconizaba Pierre Bourdieu.
«In media virtus.»

Y todo esto porque, en un reciente viaje a Francia (la popular de provincias, no la elitista de París), se me ha ocurrido desplegar el ojo tipográfico para descubrir si existía algún parámetro o denominador común en las letras de la calle, en esos rótulos de tiendas y placas profesionales en los que encontrar ese famoso espíritu local que diferencie el hecho cultural del de España, por ejemplo. Ha sido un ejercicio tan divertido como carente de método o rigor científico, pero muy clarificador a la hora de hacerme una ligera idea del panorama popular de la tipografía francesa. Éste, va desde lo manido y corriente de las fuentes digitales al alcance de cualquiera, hasta la orgullosa distinción de las tipografías comerciales galas.
Para sintetizar, destacaré sólo dos ejemplos de cada uno de estos grupos que menciono, que son los casos más reiterados (descartando obviedades como Helveticas y Times, entre otras) y que más me han llamado la atención:
En el primero, me asaltaron multitud de Optimas (utilizadas con mayor o menor acierto, pero casi siempre con ese toque de distinción lapidaria que en ocasiones se convierte sin embargo en puro manierismo pétreo) así como ordas ingentes de Comic Sanses (obvia decir que con una ausencia de criterio y pertinencia generalizados) en los más diversos y peregrinos soportes. Por otro lado me encuentro con una Antique Olive que se ensalza en ciertas señalizaciones y recursos utilitarios, junto con una Peignot que se pavonéa segura entre casas de moda y despachos profesionales.

Y circundando todo ese caos maravilloso de la letra popular, existe otro universo en que pululan desde las rotulaciones comerciales decimonónicas y la orgullosa historia de la intelectualidad tipográfica francesa, hasta las manifestaciones contemporáneas de porchezes o sciullos geniales. Tanta devoción debo a su tipografía como a sus caldos y gastronomía, pues ambas me hacen gozar en grado sumo.

Vive la difference, pour nous tout fiers.